Editorial de Felipe Useche
All I ever wanted was a Black Grand National
No hay figura más decisiva en el hip hop contemporáneo que Kendrick Lamar. Decirlo no es exageración: es simplemente un hecho. En la historia del arte siempre ha existido una tensión entre dos caminos para trascender: la cantidad y la calidad. Están quienes dominan la taquilla, los que saben cómo vender, y están quienes construyen prestigio a punta de rigor y visión. Muy pocos logran ambas cosas al mismo tiempo.
La música está llena de artistas que eligieron uno de esos caminos, pero escasean los que dominaron los dos. Por eso nombres como Shakespeare, Dickens, Beethoven, Miles Davis, David Bowie, Radiohead y Kendrick Lamar aparecen en la misma lista: todos ellos supieron conectar con el espíritu de su tiempo y al mismo tiempo elevarlo a obra perdurable. Son artistas que no se limitan a entretener: generan un antes y un después en la cultura. A eso se le llama influencia, y en el caso de Kendrick, Influencia, con mayúscula.
Hay un rap antes de Kendrick y un rap después de Kendrick. Lo extraordinario es que su vida parecía escrita para ser un profeta del rap: nacido en Compton, cuna de gigantes como Dr. Dre, Snoop Dogg e Ice Cube, creció en el epicentro del gangsta rap de los 90. Allí, Kendrick absorbió la crudeza de la calle, pero también absorbió la cultura afro que alimenta el hip-hop. No fue un testigo de su entorno: sino un intérprete.
Kendrick no solo heredó la tradición del rap como retrato hiperrealista de la marginalidad; la transformó en un discurso que combina poesía, conciencia política, espiritualidad y vulnerabilidad personal. Cada disco suyo, desde good kid, m.A.A.d city hasta To Pimp a Butterfly, DAMN o GNX, es un capítulo de esa travesía. Y que un álbum de rap haya ganado un Pulitzer no es un accidente: es el reconocimiento de que su obra pertenece a esa pequeña categoría de artistas que desbordan su género y se vuelven símbolos de su tiempo.
Pero el peso del tiempo no se mide solo en legado. The crown is heavy, y Kendrick, como insiste en recordarnos, es consciente de su lugar dentro de esa gran historia del hip hop y la cultura afro que sostiene al rap y que a veces parece cargarlo con el rol de profeta de una historia demasiado vasta, un nombre que carga con siglos de música y voces afro. En DAMN. y Mr. Morale abre sus grietas al público, reconoce que la devoción puede deformar, y se atreve a desmarcarse: I am not your savior. Lo que algunos llaman genio, otros lo saben azar: un cruce irrepetible entre talento singular y coyuntura histórica. Shakespeare, Bowie, Radiohead… todos son nombres que resplandecen porque el tiempo los reclamó. Quizás otro Kendrick, nacido en otro calendario, se habría apagado antes de estallar. Su arte es tanto destino como accidente.
Ese diálogo entre lo inevitable y lo fortuito se encarnará en Bogotá. La gira GNX aterriza en una ciudad marcada por desigualdad y resistencia, donde el eco del Bronx y de Compton se reconoce en calles con nombres en español pero que respiran el rap de Los Ángeles desde siempre. El concierto no será mero espectáculo: será condensación de décadas de rap y cultura urbana. Para quienes asistan, no será solo un show de hip hop: será un espejo brutal y luminoso, una conversación directa con la voz más lúcida del género sobre lo que el arte ha sido y lo que aún podría llegar a ser.